Capítulo: La Flaca en el supermercado

La Flaca en el supermercado es un chiste. Un chiste muy bueno. Un chiste tan pero tan bueno. Es como si una conjunción de emociones, historias y sensaciones se agolparan en su mente y en su corazón cada vez que la Flaca ingresa a un supermercado. Todas las posibilidades de comidas que podría preparar para comer, para probarlas, es inimaginable. Vemos ahí cómo la Flaca observa un nuevo queso untable para cocteles, para el pan o para derretirlo en una deliciosa crema de verduras: se ve a sí misma, dentro de su imaginación, adquiriendo dicho producto alimenticio. Piensa qué rico debe ser, qué buen sabor debe tener ¡Qué grande, madura y autosuficiente me veo a mi misma comprándolo y luego llegando a mi casa para prepararme una súper cena milenial, #veggiefever! Qué bien y que libertad se debe sentir el poder comprar este especial queso untable para luego comerlo para mí ¡Y por mí!, se dice mientras conversa consigo misma en la cabeza. Y así con un sin número de otras cosas.

La Flaca se pasea por los pasillos del supermercado, observa los productos que llaman su atención o los que se le antojan, activando su apetito ya por tanto tiempo ignorado. Mira detenidamente sus componentes, se aprende y memoriza la información nutricional, (probablemente tenga una memoria fotográfica, ya que realiza todo esto de manera impresionantemente rápida), sobre todo se fija en las calorías y las proteínas, de cada uno de estos productos. Podría pasar horas simplemente vagando por los pasillos, analizando cada producto, uno en comparación con otro, una marca en comparación con otra marca. Toma uno, se queda pegada viéndolo y estudiándolo. Lo deja. Se pasea. Toma otro, lo estudia, se imagina como sería su vida haciendo uso de esa carne de soja, de esa crema para el café, de esos chips de papas fritas, de ese humus de garbanzos con merquén, de ese arroz, de esa leche entera, de ese yogur griego natural endulzado, de ese cereal de fibra con frutos secos... y así la Flaca vive una vida entera con cada uno de esos productos. Mira las frutas y verduras exóticas y se imagina a sí misma salteándolas en su cocina chic junto a sus amigues que vienen de visita y comparten un buen vino, mostrándose ser unos adultes jóvenes felices y con toda su vida resuelta.

Muchas veces la Flaca compra algo para poder comer, luego de haber estado largos minutos en el supermercado estudiando y comparando un producto con otro igual, pero de distinta marca o sabor o componentes, si era light, semi o totalmente descremado, etc. Y una vez que se decide por uno y lo compra, busca un lugar tranquilo, ahí en la calle, a plena luz del día, dónde poder comérselo. Y cuando lo hace trata de saborear lo que más pueda toda esa fantasía que tuvo mientras meditaba su importantísima decisión. Trata de vivir ese momento con los amigues, en su casa chic, #veggielife. Pero el producto, el alimento, se va lo suficientemente rápido como para dejarle a la Flaca un sabor frustrado en el corazón. Ahí mismo. Justo en el corazón. Y su mente comienza a atacar. Su peor enemiga. La hace sentir estúpida por si quiera haber creído que algún día quizá, por el solo hecho de adquirir ese producto alimenticio, su vida sería de la forma en que ella había imaginado. De todas maneras, sonríe. Nada ni nadie le puede quitar eso a la Flaca. Ella sonríe. Siempre sonríe.

Otras veces, cuando la Flaca ha debido matar tiempo entre un trámite y otro, entra a los supermercados, o a algún almacén, solo para entretenerse en algo un rato. Es como una adicción. Solo para soñar, por unos minutos, una vida perfecta, entra y se pasea por el supermercado. Y si algo la motiva lo suficiente, lo compra para eventualmente prepararlo en su casa y ver que tal resulta. Pero por lo general solo se pasea y sueña con lo lindo que sería poder comer todos esos chocolates, esos muffins, esas galletas, esas gomitas acidas, esos pasteles, todo de manera libre, así como lo hacía antes de que su cabeza comenzará a hacerla dudar sobre algo que nunca antes había puesto en duda: su cuerpo.

La Flaca nota como la gente la mira raro en el supermercado. "Qué rara esta niña", "¿por qué mira tanto las cosas?", "andará robando" (quizá algún guardia ha pensado eso alguna vez, quién sabe). La Flaca nota cómo la gente la mira con pena también; quizá hay algo en ella que transmite esa pena. Bueno, la Flaca está muy Flaca, puede ser que también la gente note eso y un poco deduzcan que es lo qué hace ahí, por qué mira y mira la comida y no compra nada.

La Flaca sabe que no es muy sano que realice esta "actividad", y cuando ya ha estado un buen rato dando vueltas, dando la lata, en el supermercado, decide salir con ese mismo deseo frustrado, con esa misma sensación de insatisfacción, de que algo le falta en su vida. Pero, de todas formas, sonríe. Nada ni nadie le puede quitar eso a la Flaca. Ella sonríe. Siempre sonríe.

© 2020 Fernanda Cancino Espinosa. Todos los derechos reservados. Foto por Andrés Orosco.
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