Capitulo: La Flaca

Y así se paseaba de un lado a otro. Desesperada. Sin saber qué hacer. Sin saber a quién pedir ayuda. Patética. Enferma. Ridícula. Un completo espectáculo de circo (o de video viral de YouTube, si ya queremos ponernos un poco milenials), presentado para cualquier vecino o vecina intruse y copuchente que la estuviera observando a través del visillo de la ventana de su cocina.

Eso era, un espectáculo. Pobre cabra. Esta sola. ¿Qué ha hecho durante el día? Casi nada, además de ir viviendo su recuperación y proceso de sanación, calculando calorías, pensando en qué comer más tarde y cómo comerlo, qué estrategias usar para pasar la mayor cantidad de horas sin comer... Nada. No había hecho nada en todo el día. Pero estaba tranquila. Este era un día en el que, a pesar de todo, ya que se había levantado un poco con el pie izquierdo y no estaba tan iluminada, o "en la luz" según dice ella, como otras veces, estaba tranquila. Todo iba "bien", hasta que una disputa breve con su madre por teléfono, la llevo de golpe al pic de la histeria o, mejor dicho, de la rabia.

La Flaca se estaba preparando su almuerzo con todo el esfuerzo (y desesperación intrínseca) que eso le significaba: calcular calorías, cortar las verduras, pesar, ver los gramos, lavar y volver a lavar, cortar, pelar, hervir... Cuando de repente su Madre llama para saber qué había pasado. La Flaca le había hecho entender, por alguna razón que ni ella entiende, que probablemente necesitaría ayuda con algo, entonces su madre la llamó para checkear. La Flaca sin razón de reflexión, le comenta, por puro comentarle, porque en verdad ahora que lo piensa no debió haberle dicho nada, que la bolsa de la basura había quedado abierta, destrozada y con toda la mugre desparramada en la vereda porque 1) La Madre la había pasado a llevar con la rueda del auto cuando salió de la casa en la mañana y 2) el bendito camión de la basura, siendo las 17:30hrs de la tarde, aún no pasaba. Resultado: la Madre le insiste a La Flaca que lo recoja. La Flaca le dice que no lo va a hacer porque ahora está ocupada preparándose su comida, rito religioso, que no quiere y que lo hará después. La Madre insiste que lo haga rápido, que para qué demorarse tanto (cero tacto con todo el asunto alimenticio de la Flaca). Nuevamente, la Flaca le dice que, por lo menos ahora, no lo hará. Ambas se cortan el teléfono. Silencio. Silencio. La Flaca sigue calculando, pesando alimentos. Silencio. Unos segundos más. Silencio. GRITO. ¡GRITO DESCOMUNAL!!!! ¡Qué rabia que sentía la pobre Flaca! Si ya parecía chiste. Su madre le cagaba una vez más la onda de la comida. Gritaba. Gritaba. Gritaba sola con el tomate en la mano y el cuchillo. ¡Por la puta! ¡Por la puta! Decía soltando toda la rabia, masticando esas palabras con todas sus fuerzas por al menos una vez en su vida. Comienza a golpear los estantes de la cocina. Grito. Se entierra el cuchillo. Se mira la mano. Sangre. Mucha Sangre. Gotas de sangre en el suelo de la cocina, en el estante y en la loza. Grito. Llanto quejoso. Le empieza a faltar un poco el aire. "Pobre Flaca", así pudo haber dicho un vecino o vecina más intruse aún, que con su súper capacidad copuchentística y visual hubiese alcanzado a ver la escena desde el visillo de su ventana, a través la calle hasta la ventana de la casa de al frente, donde se encontraba la Flaca toda patética, con un dedo cortado, llorando sin maquillaje (lo que lo hace menos fabuloso), tirada en la cocina.

La Flaca piensa en alguien a quien llamar para encontrar algún apoyo en este momento de quiebre. Nadie. Entonces no se le ocurre nada mejor que tomarse una foto de la mano con sangre y escribirle a su Madre para ver si en una de esas, podría encontrar algún dejo de empatía, amor y consuelo. "... ¿qué puedo hacer yo desde acá?" Le responde luego de un rato. La pobre Flaca estaba ya cansada de tanto llorar. Decide seguir con su plan de almuerzo, curarse el dedo como pudiese y comer rápido, ya que probablemente, tantas horas sin comer, la tenían un poco débil y estresada y quizá, comiendo un poco y dándose un tiempo de respiro, iba a ser capaz de pensar con más claridad, relajarse y reponerse en este día. La solución está en: Netflix, comida rica, relajo. Tan ilusa esta Flaca.

Termina de comer y se dispone, ya más tranquila y con la mejor disposición, a recoger la bendita basura esparcida en la calle.

Se pone un par de bolsas en las manos, ya que no había guantes de látex y no quería tocar directamente toda la mugre, saca la escoba, la pala y otra bolsa negra extra para meter todo lo roto y esparramado allí. Realiza toda esta acción a la perfección. ¡Ah! ¡Qué tranquilidad solucionar esto!

Luego, piensa que igual estaría bueno, manguerear un poco la vereda, ya que la mugre molida y esparramada se veía asquerosa he iba a atraer bichos y además olía mal, así que lo mejor sería "echarle un agüita" como ella diría, probablemente, en su conversación mental consigo misma. Abre la otra puerta, la del costado de la casa. Sale la perra junto con ella, que a estas alturas del día, ya tenía a la pobre Flaca aburrida con su incansable energía y ladridos. Saca la manguera, moja con unos varios chorros de agua la vereda, en eso se moja un poco los pies, verifica que ha quedado todo limpio y que, ciertamente, ha hecho un buen trabajo limpiando toda esa basura (la Madre no tendría nada que reclamar, sería el tapaboca perfecto). Se escucha una reja cerrando. La Flaca vacila un momento y no se da vuelta a mirar inmediatamente. Cuando lo hace, sin alterarse inmediatamente, piensa "Cresta. Me quedé afuera... y la pinche perra se quedó afuera conmigo... hm! (suspiro. No, suspirito suave)". La Flaca se acerca a la reja, la empuja sabiendo que no se abriría. Apoya la cabeza en la reja. Primeros síntomas de angustia. "¿Por qué? Por la conchatumadre ¿Por qué?" La Flaca se acerca a las ventanas del escritorio y de la cocina para ver si milagrosamente están sin pestillo. Las empuja sabiendo que esto no es real. Primeras lágrimas. Empuja la puerta principal y la puerta del otro extremo de la reja. Inútil. En estos momentos la Flaca es tan inútil. Y se le ocurren puras soluciones inútiles. Piensa en pedir ayuda a un vecino o alguno de los guardias para que se pueda pasar la pared o la reja y le abra por dentro, pero simplemente le "da paja" hacerlo. Sabía que estaba ahí toda patética, media llorada y sin maquillaje, sola. Le dio paja pedir ayuda... a un ser humano. Porque, por otro lado, como está con toda su volah espiritual, con sus ojos llorosos, mira al cielo, se toca el pecho y pide al universo, por favor, que le envié una ayuda, que se solucione esta situación, que llegue, por último, su Madre, o que llegue alguien al menos que ande con llaves de la casa y le pueda abrir.

La Flaca saca, luego de meditarlo, el banquito endeble que está a la entrada de su casa, en el cual algunas tardes se sienta a leer y ver como el viento mueve las hojas de los árboles. Lo pone delante de la reja cerrada, se sube, pasa su brazo por sobre esta, con parte de su tórax colgando, trata de alcanzar la manilla para abrirla, pero no alcanza. No alcanza. No... Al... Can... Za... Za... Zaaaaaaaaaaaaa.... Llora. Llora otro poco más. Ahí mismo, encaramada, de espaldas al vecino o vecina metiche con súper poder visual y copuchentístico. ¿Por qué le tenía que pasar esto hoy? ¿No había sufrido ya mucho?

La perra se paseaba y se paseaba. La Flaca tenía un poco, un poquitito de miedo, de que se fuera a escapar. Ahí sí que ya sería la guinda de la torta. Esa sí que estaría buena, como para darse un tiro, volarse los sesos, tragárselos, luego vomitárlos, bañarse en ellos, tomarse fotos, crear la obra de arte perfecta y presentarla un Fondart Nacional, ASÍ de GENIAL sería que eso pasara.

Es bien fatalista la Flaca.

Pensó un rato. Lloraba suavemente allí encaramada. Pensó en tratar de escalar un poco y pasarse la reja. Quizá con otro cuerpo, menos demacrado y debilitado sería capaz de hacerlo, se dijo. Pero lo intentó de todas formas. No... P... Pudo... Estaba cansada, había hecho un poco de yoga en la mañana. Lloró otro poco. No tenía fuerza. Se siente descorazonada y sola. Nadie la ayuda. Nada la ayuda. Ahora con un poco más de esmero vuelve a intentar poder encaramarse un poco y ver si se puede pasar. No lo logra. N... NNNO! Llll... LO! LLLLOOOO.... GRAAAA!!... AAAAHH!!!!.... aaaah! .... Ah! .... A. Llora otra poco.

Vuelve a pensar. Mira una silla media maltrecha que estaba al lado. Se rompería, obvio que sí. Entonces se baja, va a la puerta principal y se da cuenta que aún estaban unos bidones de agua de 10 litros cada uno que habían venido a dejar al medio día en la entrada, y que ella no había entrado porque 10 litros, ¿Me estás webiando? ¿Con esos bracitos? No se la iba poder, y si lo hacía, probablemente moriría en el intento.

Ahora, cuando los vio, pensó que tal vez no era tan alocado considerar poner uno sobre el banquillo endeble y ver si podría subirse a uno de ellos y así poder tener un mejor alcance para estirarse y llegar a la manilla para abrir la bendita reja. Quizá entre el banquito endeble y la extraña forma del bidón terminaba cayéndose y quebrándose una pata o luxo fracturándose la pierna, pero ya la vida le valía verga y estaba tan mareada de llorar y perder sales por el llanto, que ni se cuestionó mucho más la solución.

Con mucha dificultad agarro el bidón. ¡Mierda! En verdad le costaba mucho tomar 10 litros de agua, ¡Que chucha! ¿Cómo agarré tanto vuelo? En verdad estoy débil de flaca. ¡Sale perra! Esta perra es tonta, ¿cómo no para de pasearse?

Después de tambalearse con dificultad, detenerse a medio camino para descansar, volver a elevar el bidón como si se tratara de salvar a tu mejor amigue en un camino eterno por el Sahara, huyendo de militares y monstruos de arena (cuando en verdad eran como solo 5 pasos de distancia), la Flaca pone el gigante envase de agua sobre el banquito endeble. Este se tambalea. Ella se tambalea. No la piensa. Se sube al banquito. Posa su pie por uno de los extraños lados del bidón. Se da cuenta que se puede resbalar con zapatos. Se saca un zapato. Pone el pie. Se da cuenta que se puede resbalar con el calcetín. Se saca el calcetín. Pone el pie. Se arraiga. Se sube. ¡Bien! Pasa el torso por encima. Estira el brazo. ¡Cresta! Aún no lo alcanza. Se desespera un poco. Una lagrima. ¡Vamos conchatumadre! Agarra valor. Se estira un poco más. Lo roza. Lo tantea. ¡Vamos mierda! Lo agarra un poquito. Ahí. Ahí va. Ahí va. Ahí... Va.... Vaa... Vaaaaaaaaa!!!! ¡Vamos conchatumadre! ¡Vamos Chile y la Garra Blancaaaaa! ¡Se abrió la wea de reja! ¡Se solucionó! ¡La vida vuelve a tener sentido de nuevo!

La abre (Suspiro, o mejor, suspirito suave; está cansada).

A penas entra, busca algo con que sujetar la puerta y que esto no vuelva a pasar. Tranquilamente comienza a ordenar las cosas. Todo está volviendo a la normalidad.

Lleva el bidón de 10 litros, esta vez con energía renovada, sin detenerse, hasta su lugar de origen. Gime un poquito. Igual se cansó. Vuelve y agarra el banquito endeble. Lo deja donde estaba. Gime un poquito. Ya estaba cansada. Va hacia la manguera. Estaba asquerosa. Toda embarrada. No importa. La entra y la enrolla, sin antes mancharse el poleron de polar gris menos sexy de la historia que estaba usando, y vuelve a llamar a la perra para que se entre. ¡Perra!... Nada. ¡Perra ven!... Nada. ¡Pe-rra!... Nada. ¿Qué chucha? ¿Por qué ya no me hace caso esta perra? La Flaca enojada se acerca a la perra que estaba oliendo quizá qué tipo de mugre de otro animal y la agarra por el collar y la entra, con furia, dentro de la casa. Se siente un poco mal con ella misma por reaccionar de esa forma con el pobre animal. Igual la quiere. Igual es su mascota. No se merece que la trate así. Por otro lado, la perra ni se inmuta. Cierra la reja. Ya todo acabo.

La Flaca entra a la casa y se dispone a lavarse las manos. Unas 4 o 6 veces con el jabón Protex que está en el baño de su madre. Tocó basura muy cochina. Hay que lavarse. Tiene frío. Abre un poquito la llave de la ducha para que pueda regularse el agua caliente del lavamanos. Esa es la maña que tiene el baño para que salga agua caliente en el lavamanos de su Madre. Se lava las manos y ante brazos unas 4 veces. Luego se saca el poleron de polar gris menos sexy del mundo y lo va a tirar a la ropa sucia. Luego vuelve y se sigue lavando las manos. Al sacarse el poleron gris menos sexy del mundo, pasó a llevarse con mugre los brazos, hay que lavarse un par de veces más. La Flaca se mira al espejo mientras se lava. Se encuentra demacrada. No esta bella hoy. No se siente bella. Se mira los brazos, sus bracitos y se da cuenta que están muy flacos. Flaquísimos. Se ven raros. Enfermos. ¡Mis bracitos! Llora. Llora frente al espejo. Como una niña pequeña. ¿Por qué me he hecho esto? Se dice. ¡Están tan flaquitos! Se dice. El agua corre. Se sigue lavando las manos. Llora. Termina. Se seca las manos. ¡Quiero irme donde mi Abuelita! Dice, sola, como cuando era una niña pequeña. Quiere contención, pero no hay nadie allí para dársela. Solo ella misma.

Busca su teléfono. Quiere llamar a alguien. A su abuelita. Le quiere preguntar si se puede ir a su casa esta noche. Va subiendo la escalera hasta su habitación buscando su número cuando su Padre la llama. Le estaba devolviendo un llamado perdido que ella le había dejado hace un rato. La Flaca le contesta mientras vuelve al baño de su Madre a buscar gaza para poder volver a cubrirse el pobre dedo rebanado. "Halo Princesa". Llanto. "¡Papito tengo mucha pena!" "¡Estoy solita" "¡Me pelee con mi mama por la basura que ella paso a llevar con el auto..." Y balbucea un rato por teléfono mientras su padre la escucha. Este solo le dice que la extraña. Viven juntos. Pero se habían distanciado un poco. O ella se había distanciado un poco de él. Parte de su proceso de sanación, dice ella.

Ya más tranquila. Se despiden. La Flaca sube a su baño, ¡No!, antes de eso. Va a la cocina, lava la loza que había ocupado para preparase su almuerzo y deja puesta la tetera. Sabe que, si su Madre, que puede llegar en cualquier momento, llega y ve, aunque sea una cuchara en el lavaplatos sin lavar, se la va a echar contra ella, sobre todo, si ya habían discutido por teléfono por la basura esparcida en la calle.

Cuando la tetera hierve, se sirve unas hierbitas de melisa. Necesita relajarse un poco, volver a su centro. Ya pasó todo. Ya pasó la tormenta del día.

Sube al segundo piso, deja su taza en el suelo al lado del computador donde se sienta cada vez que usa el computador. Anda a saber tú porqué le gusta justo ese rincón de suelo en la pieza donde tira todos sus escritos, lápices, cuadernos, cojines y tazas con té o café. Se dirige al baño, a hacer pipí. Se pone a revisar WhatsApp. Sus dos mejores amigos le habían respondido a su pregunta, previa a quedarse fuera de la casa, sobre cómo estaban. Se mostraban tranquilos. Ella, sentada en el wáter, cansada y sin ningún tipo de pudor (son sus mejores amigos, qué importa), les manda tres audios contándoles, entre pequeños llantos que ya solo brotaban y unas cuantas risitas tratando de bajarle el perfil, todo lo que le había pasado en esos últimos 40-50 minutos.

Termina de hacer pipí. Se lava las manos. Se va a su pieza. Cierra la puerta. Ya está más oscuro y su pieza se va apagando en ese leve atardecer también. Se sienta en su rincón especial. Toma un par de sorbos de su té de melisa. Piensa un poco: ¿Y ahora qué? Pone en YouTube el video "639Hz 》LOVE, PEACE & MIRACLES 》Heal Heart Chakra 》Pure Positive Energy" de 6hrs para escuchar música relajante y vibraciones que le ayuden a tranquilizar su mente y alinear sus chacras. Esto es real y muy importante para ella. Volver a su centro. Poder seguir disfrutando de su día y su proceso de sanación, si es que de alguna manera se estaba sanando.

Abre el Word y se dispone a escribir todo lo acontecido.

Se siente inspirada. Cansada. Un poco destruida. Pero inspirada.

La Flaca tiene Anorexia.

La Flaca soy Yo.

Yo soy la Flaca.

© 2020 Fernanda Cancino Espinosa. Todos los derechos reservados. Foto por Andrés Orosco.
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