Capítulo: Y hablando de vida, a veces ésta se va de las manos, se va de los seres queridos, y la Flaca llora, se rompe…

La Flaca y su abuelo no eran de contarse intimidades, pero sí eran muy cercanos. Ella le quería más de lo que en su momento pudo darse cuenta.

Ahora está ahí, pálido, tranquilo, sin respirar, con sus ojitos cerrados. El Tata Tito se ha ido. Falleció esta misma mañana. Se fue tranquilo, en paz, dando su último respiro a sus seres queridos que lo acompañaban en ese momento. La Flaca ha llegado a verle, y sabiendo que ya se había ido, lo encuentra ahí, acostadito, en su lado de la cama, con su mejor ropita (una ropita muy de tata); la Flaca se conmueve. Verlo ahí tan tranquilo, tan en paz, con su típica ropita dulce de tatita, con su gorrito regalón entre las manos, hacen que la Flaca sienta una angustia y ternura que la confunden pero que salen por sus ojos en el resultado de la pena por verle partir, por saber que ya no lo tendrá junto a ella en el día a día.

El Tata Tito era un Tata excepcional, cariñoso, chistoso, noble, humilde y leal como él solo. Durante la infancia de la Flaca, él siempre estuvo presente, en su crianza y en su "mal enseñanza" (o regaloneo, como quiera llamársele). Hay tantas cosas que la Flaca ha aprendido de su Tata Tito: las bromas, la risa, la simpleza de la vida, el amor incondicional, la lealtad. Ahora que le ve ahí, tranquilo, como si estuviera durmiendo, la Flaca recuerda todas esas cosas, todos esos recuerdos y, a pesar de haberle dicho durante todos estos días previos (en donde ya sabían que estaba cerca de fallecer) cuánto le quería y le agradecía todo, ella siente pena de no habérselo dicho más aun, o de no habérselo dicho al menos una vez más. Se ve tan tierno y tranquilo ahí durmiendo, piensa la Flaca.

Extrañamente, dentro de todo lo que puede recordar o traer a su memoria ahora, la Flaca recuerda un breve momento de hace más o menos un mes atrás, en donde su Tata, ya enfermo y débil, comía gozosamente maní tostado en su sillón mientras todos tomaban once en la mesa. La Flaca recuerda darse vuelta para mirarle y él, al encontrarse con su mirada, la boca llena de maní, con unos ojos dulces, de niño, le dice "¿Querí maní?". La Flaca sabe por qué él le preguntó eso. Su Tata era muy consciente de toda la recuperación en la que ha estado envuelta la Flaca, y como buen hombre de campo, siempre estuvo preocupado de que ella se alimente bien y de buena comida. Obviamente debió haber leído en los ojos de ella, mientras le miraba, que tenía ganas de comer maní. Y en algún porcentaje era cierto. La Flaca, aun aprendiendo a entender y aceptar cuando su cuerpo siente antojos o ganas de probar algo, tenía en ese momento cierto deseo de comer, aunque fuese un par de esos olorosos manís tostados; además que su Tata se veía tan dichoso de estarlos comiendo, que cualquiera que le mirase hubiera sentido ese deseo de probarlos. Pero a pesar de eso, ella sabía de antemano que no se permitiría probarlos, porque en su mente (en su ego) ella sabía que ya había tomado once, que ya había comido lo que tenía que comer, y no se permitiría ingerir algo extra, aunque fuese poco. Así que rechazo el tierno ofrecimiento de su Tata Tito. Le dijo que no con una leve sonrisa en el rostro. Luego desvió la mirada hacia la mesa donde estaban todos conversando.

Ahora la Flaca recuerda ese momento y se arrepiente. Aunque fuese un solo detalle, se arrepiente de no haber compartido ese alimento junto a su Tata querido aquella vez. Ahora entiende que no se trataba de comer de más, sino más bien de compartir ese momento, ese cariño junto a su Tata lindo, quien tan humilde y sencillamente le ofrecía maní tostado como si fuera la delicia más rica y apetitosa del mundo. Ahí, al lado de él, le dice con su mente "Sí, Tata, quiero comer este maní tostado contigo". ¿Qué tan terrible hubiese sido si aquel día hubiese comido junto a él? Lo más probable es que no hubiese sido nada, nada que afectase su cuerpo de la forma en que se lo imagino en ese momento. Lo importante era compartir junto a su Tata aquel instante, así como cuando era más pequeña y éste le daba tomate con sal, o huevo con limón y pan, o tecito con galletas y un pan con algo para el frio y el hambre después del colegio en un día lluvioso. Ahora la Flaca se arrepiente de no haber compartido esa última comida junto a su Tata aquella vez y, viéndolo ahí, acostado con sus ojitos cerrados, recuerda cada momento en que su Tata la cuidó y la alimento cuando pequeña.

"Adiós Tatita lindo", le dice en silencio, mientras un fondo de sollozos envuelve la casa.

Ahora la Flaca lo abraza y le besa la frente. No puede parar de llorar. Siente un dolor muy grande en su corazón, y junto a esto, una extraña sensación de hambre le invade el pensamiento y el estómago. Piensa en comida, pero no, no quiere comer. Este no es un momento de comer. Este es un momento de recordar, este es un momento de silencio.


© 2020 Fernanda Cancino Espinosa. Todos los derechos reservados. Foto por Andrés Orosco.
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