Capítulo: La Flaca va al hospital

Aquel día la Flaca se levanta un poco encañada y cansada: la noche anterior había sido la titulación de sus dos mejores amigos y había salido con ellos a celebrar a plaza Ñuñoa.

En la mañana siguiente, tiene hora con una nutrióloga nueva. Hasta el momento no ha ido a control con una nutrióloga porque le aterra lo que le puedan decir. Tiene miedo (y un poco también porque ya lo sabe) de que le digan que debe internarse. La Flaca, con lo delgada que esta, y con lo deplorable de su condición, sabe que es una gran posibilidad. Va a la consulta de la nutrióloga con miedo. Está cansada y nerviosa. Siente como sus piernas, agarrotadas por el desgaste muscular que padece, no pueden moverse más rápido, cuando camina junto a su madre y a su padre hacia la salita de espera donde está la consulta de la doctora.

Cuando la llaman, su madre intenta entrar junto con ella, pero la Flaca, ingratamente, la detiene en la puerta y le dice que entrará sola primero. La madre insiste ligeramente, pero la nutrióloga intercede y dice "déjela, si ella ya es adulta". Si tan solo supiera el vuelco que darían las cosas.

La Flaca da toda su introducción del por qué ha venido. La nutrióloga la escucha. La nutrióloga la pesa y la revisa completamente. La nutrióloga le dice que su caso es de una severa desnutrición. La nutrióloga le dice que lo mejor es que debe internarse a la brevedad. La Flaca lo piensa. Lo considera un momento. Parece que sí. Parece que, llegados a este punto, sí es mejor que me interne, se dice para sus adentros. Luego le aviene el miedo. La doctora hace entrar a su mamá. La madre entra. La nutrióloga le dice exactamente lo mismo que le había dicho a la Flaca y más. La madre llora desesperada diciendo que ella ha tratado de hacer lo mejor que ha podido para ayudar a su hija. La madre dice que ella cocina, que le gusta cocinar para su familia y describe la impotencia que siente por no lograr conectar con su hija para que ésta se alimente de ella, de su madre que la ama. La Flaca mientras la escucha, solloza silenciosamente mirando a través del ventanal que se haya detrás de la nutrióloga. Sabe que ha sido ingrata con su madre y con quienes la rodean al resistirse a los cuidados de éstos, y al querer hacerse daño de esta forma: sin comer nada. Siente culpa y vergüenza por hacer pasar a su madre por esto. Solloza más, en silencio. La nutrióloga insiste en que lo mejor es la internación y le dice a la Flaca algo que la hace, de cierta forma, despertar y entregarse hacia lo inminente. Le dice: Ríndete. Ya lo has intentado lo suficiente haciéndolo sola. Ahora ríndete y acepta los cuidados que te ofrecen los que te rodean. Aquellas palabras generan un eco tan profundo en la Flaca, que termina por aceptar, y dice sí, estoy dispuesta a internarme si eso es lo mejor.

Al salir de la consulta, las espera afuera el padre. Caminan un poco hacia el ascensor y la madre se descompone nuevamente. Llora de manera desconsolada. El padre la abraza. La Flaca observa, pero ya no llora. Sabe que está haciendo sufrir a sus padres. Tiene un poco de miedo por la internación, la cual, de momento, no sabe cuándo será. Pero ya no llora. Se mantiene fuerte. O eso cree que está haciendo. Esta inmutable.

Ya en el auto, se detienen a comprar en la farmacia un remedio para aumentar el apetito que les había recetado la doctora antes de salir. Se baja solo la madre y el padre aprovecha ese momento para hablar con la Flaca y decirle lo mucho que esta situación los está afectando. Le describe, con los ojos llorosos, cuánto le afecta a él como padre verla así de delgada, así de frágil. La Flaca llora nuevamente, pero manteniendo la compostura. Pide perdón por hacerles pasar por esto.

Cuando llegan a la casa, la Flaca tiene una sensación extraña de protección. Siente de manera inconsciente una liberación y un goce frente al hecho de que ahora sea su madre quien le va a cocinar su almuerzo y quien la va a cuidar. Almuerzan los tres juntes. Luego la Flaca se va a dormir una siesta. Sigue cansada por la noche anterior, pero también el remedio para aumentar el apetito tiene como efecto secundario el aumento del sueño. Así que, por primera vez en meses, la Flaca logra dormir una siesta profunda de casi tres horas.

Al despertar, media ida por la profundidad de su descanso, el ambiente de la casa ha cambiado. Todo pareciera estar más denso y pesado. La Flaca escucha llorar a su madre en la cocina. La Flaca se asusta. Algo le pasó a mí tata, piensa rápidamente, ya que éste llevaba ya unos días con algunos problemas de salud. La Flaca tiene ese extraño y helado presentimiento de que algo malo ha pasado. Su padre sube al segundo piso con una expresión de fatalidad en la cara. La Flaca sabe que hay malas noticias. El padre tranquilamente le dice "ármese un bolso con una muda de ropa. La psiquiatra llamo y dice que debemos hacer la internación a la brevedad". La Flaca asiente. Sabía que esto iba a pasar, pero no sabía que sería tan pronto. Así que, sin darle muchas vueltas, asiente. La internación se hará ahora, ok, sin miedo, acepto lo que sea que se me venga, se dice para sus adentros. Con un leve escalofrío y nerviosismo en su cuerpo, se dispone a preparar un bolso con una muda de ropa, toalla, algunos artículos de aseo, y por qué no, un par de pinches y accesorios.

La Madre sigue llorando en la cocina en el primer piso. La Flaca la escucha decir "¡Cómo va a estar allí sola!". La Flaca sabe lo que se le viene, y lo acepta. Se va a internar. Lo único que no quiere, se dice a ella misma, es que la entuben. Eso sí que no, eso sí que le da miedo. Llama a su psiquiatra y le pregunta más o menos en qué consiste esta internación hospitalaria y para saber si la iban a entubar o no. La psiquiatra la tranquiliza y le dice que, a menos que ella se resista a recibir los alimentos y las minutas de realimentación que le darán en el hospital, no la iban a entubar. La Flaca se siente un poco más tranquila.

Son las 7:00 pm de la noche. Se dirigen en el auto hacia el hospital de la Universidad Católica en Marcoleta. El ingreso debe hacerse por urgencia le dice su madre. Al llegar, la Flaca se sorprende al ver que ya están ahí esperándola su abuela, su tío y su prima. La Abuela llora y abraza a la Madre. La abuela llora y abraza a la Flaca y le dice que todo estará bien. El Tío llora más en silencio, pero llora igual. Abraza a la Flaca. Ésta se da cuenta del impacto que ha causado su condición a su familia. No lo puede creer. Le toma trabajo considerar que, a pesar de que ella se siente "bien", de que puede caminar y moverse sin problemas, se encuentre en una situación tan crítica. Cómo puedo estar en tanto riesgo si puedo moverme, se dice en la mente constantemente. Siente culpa por no lograr comprender bien la situación, el susto y el llanto de su familia.

Pasan alrededor de tres horas de espera. Llega otra prima más, junto a su polola, para acompañar a la Flaca mientras esperan a que la llamen. Esto le gusta a la Flaca, ya que se mantiene entretenida junto a ellas mientras esperan. Alivianan un poco más el aire.

Llaman finalmente a la Flaca. Entra al triage junto a su madre. La enfermera, al verla, le dice que está muy flaca; la examina y le dice a la Madre que para la hospitalización hay un precio que pagar antes y después de ésta. Da la cifra. Tres millones de pesos para cuidados básicos y cuatro millones de pesos por si después me derivan a cuidados intermedios. La Flaca se estremece. Sabía que esto sería caro, pero de ahí a escucharlo, y sabiendo la complicada situación económica en la que se encuentra su familia, la hace sentir culpable por haberse permitido, conscientemente, llegar a este extremo. Ella quería hacerse este daño. Ella quería hacer sufrir a su cuerpo, así fue cómo canalizó toda la rabia y frustración que sentía por no lograr las metas que se había puesto en su vida, por no obtener finalmente lo que quería. Y ahora siente culpa. Culpa por haber llegado tan lejos y hacer sufrir a sus padres. Esta es la primera vez que la Flaca se dice a si misma verdaderamente ya no más, ya llegué a lo más bajo. Ahora me debo entregar a lo que se me venga para hacer valer lo que está haciendo mi familia por mí. Al salir se despide de sus primas y la dirigen a una habitación en donde la examinan los doctores de turno. Le tocan sus huesos. Escuchan su corazón. Le hacen preguntas, ¿por qué estás aquí? ¿sientes dolor?... Luego la trasladan a otra habitación. Le sacan la ropa y guardan todas sus pertenencias en una bolsa. Le inyectan un catéter y le sacan las primeras muestras de sangre de los tantos miles que le sacaran en los días siguientes. El catéter le aprieta y ya empieza a sentir hambre.

Son cerca de las 1:00 am. La Flaca está tranquila. El aceptar la situación que está viviendo y "rendirse", como le dijo la nutrióloga en la mañana, le ha dado una extraña sensación de paz y agrado en todo este asunto.

Su Abuela y su Madre llegan a buscarla, se ven cansadas, y la ayudan a ponerse la camisola clásica de los hospitales. La Flaca tiene hambre y pregunta cuándo podrá comer algo. Nadie sabe nada.

Luego la hacen acostarse en la camilla y la trasladan finalmente a su habitación en el sector de cuidados básicos. Es una pieza agradable. La cama se ve y se siente un poco incomoda. El catéter le sigue doliendo. La Flaca cada vez está más entregada a aceptar y dejar que todo lo que tenga que pasar de aquí en adelante, pase.

Son cerca de las 2:00 am. Su Abuela se ha quedado con ella a pasar la noche. La Madre se ha encargado de coordinar el tema del pago de la hospitalización y se ha ido a la casa a preparar cosas para ella (será ella quien se quede la noche siguiente con la Flaca en el hospital) y a ocuparse de los dos hermanos de la Flaca que han quedado solos en la casa por horas. La Flaca sigue con hambre. Han pasado demasiadas horas sin comer nada. Pregunta a la paramédico que les ayuda a instalarse si puede comer la mitad de un pan con queso y un Ensure que tiene en su mochila. Ella responde que mientras no venga el doctor a revisarla, no puede comer nada aún.

Son las 3:00 am. El doctor internista llega finalmente a evaluar a la Flaca. Es muy simpático y joven y la Flaca advierte inmediatamente un alma amiga en él. "Yo soy el doctor de turno, mañana vendrá el doctor encargado a verte, pero igual te seguiré viendo junto con él", le dice. Hace varias preguntas a la Flaca de por qué está aquí, hace cuánto que ha experimentado los síntomas de la anorexia, y le pide que le comente algunas situaciones cotidianas en donde haya sido extremadamente restrictiva con ella misma.

El doctor es muy amoroso y me cae muy bien, se dice a sí misma, y solo para asegurarse de que todo andará bien, le vuelve a preguntar, una vez más, si la van a entubar o no. Y la respuesta nuevamente es No. La Flaca suele hacer siempre muchas preguntas para asegurarse de las cosas y evidentemente esta no es la situación para hacer la excepción.

Por fin, una vez que el doctor le dice que puede comer, la Flaca saca su medio pan con queso, su Ensure y come vigorosamente para satisfacer su hambre.

Ya se disponen a dormir junto con su Abuela en la habitación, cuando llega una bandeja con comida para la Flaca. Dicen que perdón por la demora, que siempre que llegan nuevos pacientes se les da una comida al llegar. La Flaca se estresa al pensar que debe comer de nuevo, porque, independiente de lo removedor que ha sido toda esta experiencia, la voz maldita del control, los cálculos y la restricción siguen ahí. La enfermera y su Abuela le dicen que no hay problema, que, si ya comió, que lo deje ahí. No consideran que detrás de esa negativa, la Flaca está restringiendo fuertemente. Pero ya están cansadas y la Flaca y su Abuela deciden dormir.

Ahí en la oscuridad de la habitación y con el catéter aun apretándole el brazo, la Flaca piensa en todo lo acontecido en este día. Piensa en cómo ha cambiado su vida al tomar esta decisión de internarse. Piensa en cómo ha afectado todo esto a su familia. Piensa en el riesgo que dicen que tiene su vida y que a ella aún le cuesta ver. Piensa en todos los cambios que se le vienen y que deberá afrontar. Piensa en todo el tiempo que intentó solucionar esto sola y en lo acompañada que se siente ahora que ha permitido recibir la ayuda de su familia. Piensa en lo frágil que está su cuerpo. Piensa que, aunque le cueste creer en el riesgo que corre su vida, no quiere morir, al contrario, quiere vivir plenamente y con libertad. Con este pensamiento cierra los ojos y, finalmente, se duerme.

© 2020 Fernanda Cancino Espinosa. Todos los derechos reservados. Foto por Andrés Orosco.
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